En uno de los sitios de Camagüey que más le gustan, un espacio entre cines llamado El Callejón de los Milagros y dedicado al séptimo arte, converso con el reconocido crítico de cine, profesor e investigador Juan Antonio García Borrero. Uno advierte su dimensión intelectual cuando lo escucha. Las palabras le salen vivas, hondas, certeras. Textos suyos se han publicado en México, Estados Unidos, Argentina, Colombia, España, Francia, Italia y Perú, además de en disímiles revistas cubanas; ha sido jurado de varios eventos nacionales e internacionales; ha impartido clases en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, en la Universidad de las Artes (ISA) y en universidades de Estados Unidos, Brasil y España.
Entre su multitud de premios sobresalen los seis de Ensayo e Investigación que concede anualmente la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), y los dos años consecutivos del Premio Nacional de la Crítica Literaria, que, hasta el momento, han sido las únicas ocasiones en que este galardón ha distinguido textos sobre cine.
Juani, como le conocen sus amigos, creó el Taller Nacional de la Crítica Cinematográfica y fungió como su coordinador general entre 1993 y 2003, período en el que el evento llegó a considerarse como el más importante de su tipo en Cuba. En la actualidad, tres libros ocupan su tiempo: la Guía crítica del cine cubano de ficción, cuya reedición debe salir por la Editorial Oriente; la segunda parte de la biografía intelectual de Tomás Gutiérrez Alea, que se llamaría Ciudadano Alea; y otro más breve titulado Los testamentos del cine cubano. A la vez, trabaja con la Enciclopedia Digital del Audiovisual Cubano, un proyecto off-line que ya cuenta con más de 6 000 entradas. Sin embargo, sus mayores esfuerzos se concentran en un proyecto sociocultural pensado para impactar la comunidad. No quiere quedarse en la memoria como un hombre de letras y burós. Siempre ha sido inquieto, siempre ha preferido, más que decir, hacer. Al proyecto lo nombró igual que el espacio entre cines en el que conversamos.
¿En qué consiste El Callejón de los Milagros?
Hay quien dice que se trata de una utopía. A mí no me molesta esa calificación, porque al final, efectivamente, hablamos de un proyecto que intenta imaginar un espacio donde el uso creativo de la tecnología, vinculado en este caso al legado que nos ha dejado el cine en su primer siglo de existencia, así como a todo lo que tiene que ver con la cultura audiovisual más contemporánea, ayude a generar soluciones informáticas y servicios culturales para la comunidad. Por lo pronto, estamos hablando de un proyecto que está auspiciado por el Sectorial Provincial de Cultura en Camagüey, la Asociación Hermanos Saíz, el Centro Provincial del Cine y la filial de la Unión de Informáticos de Cuba en esta ciudad.
¿Cómo surge la idea del proyecto?
En el año 2014 tuve la oportunidad de participar en el VIII Congreso de la UNEAC como delegado. Quedé bastante insatisfecho con los debates que allí se generaron y con la ausencia de una mirada, digamos, creativa ante los nuevos escenarios en que vivimos los consumidores de cultura en la Cuba del siglo XXI.
A raíz de ello, y de la intervención final del vicepresidente Miguel Díaz-Canel, quien proponía a los intelectuales allí presentes asumir el desafío de un uso creativo de la tecnología, le propuse al ministro de Cultura, Abel Prieto, la realización de un evento que nos ayudara a obtener un diagnóstico confiable de lo que venía sucediendo, a fin de elaborar estrategias que no partieran del mero impresionismo, sino de lo que la realidad (que siempre será más compleja de lo que el lenguaje humano puede describir) nos indicaba.
Mi propuesta era hacerlo en Camagüey, tomando en cuenta que aquí contamos con una infraestructura única (el Paseo Temático del Cine), que, a mi juicio, sigue estando subutilizada. Por cuestiones de presupuesto, no se pudo realizar en Camagüey, pero sí se organizó con gran éxito en La Habana. En aquel Primer Foro de Consumo Audiovisual, celebrado en el mes de octubre del propio 2014, participaron muchísimos especialistas, y por primera vez se debatió en público y sin prejuicios sobre el Paquete Semanal, los videojuegos y otras modalidades modernas de consumo cultural informal.
Con todas esas consideraciones teóricas, llegamos a la conclusión de que el próximo paso debía estar dirigido a construir una agenda práctica que, como plantearon los situacionistas franceses en su momento, interviniese con alternativas en aquellos espacios donde ya estaba operando la tendencia hegemónica. La idea del proyecto nace de esa conclusión colectiva.
¿Cuándo comienza a funcionar El Callejón de los Milagros en Camagüey?
Como proyecto nace en el mes de febrero de 2016, cuando celebramos aquí en la ciudad el Primer Encuentro sobre Cultura Audiovisual y Tecnologías Digitales. Fue un encuentro bastante modesto porque oficialmente ni siquiera es considerado evento, es decir, no contamos con un presupuesto que nos permita desplegar grandes actividades. Pero fue interesante porque nos permitió trabajar en función de las alianzas estratégicas que queríamos lograr.
Esto es importante resaltarlo, porque todavía hoy algunos piensan que se trata de un evento sobre informática, y no consiguen apreciar que estamos hablando de algo que se vincula a las humanidades digitales. Es decir, aquí estamos hablando de algo esencialmente cultural que, pese a las precariedades de conexión a Internet que existen en Cuba, ya acompaña la vida cotidiana de un gran número de ciudadanos.
¿De su concepción inicial a su actual puesta en marcha ha tenido cambios notables? ¿Cuáles?
A mí me gusta hablar del proyecto como algo que está en permanente construcción, y que es escalable. Es decir, aquí estamos hablando de algo que se está proponiendo un grupo de acciones a lo largo del tiempo.
No se puede lograr todo en un solo momento, porque en todos estos procesos asociados a la informatización de la sociedad la tecnología es importante, pero no menos esencial es la formación de usuarios que sean capaces de hacer un uso creativo de esa tecnología. En este sentido, el proyecto ha conseguido impulsar una red wifi que ilumina todo el Paseo Temático y a cuyo Portal El Callejón de los Milagros se puede acceder de modo gratuito a cualquier hora del día. O sea, que ya tenemos garantizada parte de la tecnología, por lo que ahora viene el desafío más importante, que es formar comunidades de usuarios.
La wifi del proyecto no es muy conocida por el público camagüeyano. ¿Qué acciones se han realizado para acercar esa señal a las personas?
Falta mucho por hacer. Para empezar, ni la televisión ni la radio camagüeyana, que serían los ojos y los oídos de la comunidad, han trabajado en función de este proyecto institucional. Y aquí lo que necesitamos es promoción sistemática, no promoción de un día.
¿Por qué el proyecto no tiene una plantilla fija que dinamice su impacto en la sociedad?
Por las mismas razones a las que aludía antes. Todavía no se ve el proyecto como algo novedoso, sino en todo caso como una extensión de lo que existía antes. El proyecto puede funcionar perfectamente con tres personas (un bibliotecólogo, un informático creativo y un coordinador general), pero obviamente esas tres personas tendrían que estar impregnadas de ese humanismo digital al que hacía referencia antes.
Eres un prolífero autor, de lo que se supone la intensidad intelectual con que vives. ¿Qué tiempo te consume liderar El Callejón de los Milagros?
Ahora mismo mi prioridad es el proyecto El Callejón de los Milagros, lo que, efectivamente, ha afectado el tiempo que antes le dedicaba a la investigación y a la escritura. Con este proyecto he tenido que meterme a veces a ayudante de constructor (rol para el cual no tengo ninguna habilidad), pero lo que más tiempo me consume son las explicaciones que debo dar a fin de argumentar la importancia del proyecto.
El problema es que en Cuba todavía no se tiene una gran claridad de lo que significa la informatización, lo que explica que para algunos resulte difícil asociar el trabajo de un crítico de cine con esto del uso creativo de la tecnología.
A mí no me deja de llamar la atención que en pleno “Período Especial”, con el país atravesando una de sus peores crisis económicas, un grupo de compañeros en Camagüey logramos convencer a los decisores del momento para que apoyaran el Taller Nacional de Crítica Cinematográfica, que hoy es un referente insoslayable para los estudiosos.
Y, sin embargo, con el proyecto El Callejón de los Milagros no puede decirse lo mismo, pese a que cuenta con el respaldo de la vanguardia política del territorio, y hasta con la buena consideración de Díaz-Canel. Pero aquí tienes un ejemplo de que no todo lo que se respalda de un modo institucional u oficial alcanza fácilmente su objetivo.
En el caso del proyecto, ha tenido que lidiar y sigue lidiando con lo que yo llamaría “la resistencia analógica”, que lo mismo puede provenir de un directivo que de un ciudadano que no tiene la más mínima idea de lo que significa la revolución digital. A mí no me preocupan tanto los ciudadanos, como los que dirigen las instituciones, porque en este caso estamos hablando de una ralentización y parálisis del servicio cultural que podrían brindar esas instituciones.
Yo creo que es legítimo que como individuos sigamos usando las computadoras como si se tratasen de máquinas de escribir un poco más sofisticadas, pero el sistema institucional tiene el deber público de estimular el desarrollo de soluciones informáticas en función de los servicios que brinda.
¿Qué implica liderar un proyecto cuyo alcance se limita a una urbe alejada de la capital cubana?
Pero es que lo del alcance local es algo que se presta a equívocos. En primer lugar, al proyecto le interesa fomentar el desarrollo endógeno. No es que estemos asumiendo la posición del aldeano vanidoso, sino que creemos que las soluciones informáticas en función de nuestra comunidad deben ser desarrolladas por miembros de la comunidad. No tiene sentido impulsar un proyecto que va a depender constantemente de la jerarquía de quienes son invitados desde el exterior. El proyecto necesita ser sostenible, pero solo se logrará cuando se estimule la creatividad en el interior de la comunidad. Otra cosa es la promoción que pudiera tener, y en este sentido, no creo que el proyecto sea tan local. Si pones en Google “Callejón de los Milagros, Camagüey”, verás que los resultados de esa búsqueda son numerosos.
El proyecto aspira a ser un repositorio de materiales audiovisuales. ¿Qué sentido tienen estos ante iniciativas como el Paquete Semanal o La Mochila, de demostradas conexiones con el gusto popular?
La idea de crear un repositorio hay que vincularla a las acciones de aprendizaje que queremos impulsar. No creo que baste con la simple acumulación de fondos. Nuestras bibliotecas (incluyo la “Julio Antonio Mella” de Camagüey) cuentan con un gran número de libros que las personas consultan cada vez menos. Mi criterio es que deberíamos apoyar mucho más la formación de usuarios que la simple acumulación. A nosotros no nos interesa competir ni con el Paquete ni con la Mochila. La idea no es esa, sino que los fondos existentes en ese repositorio estén a la vista de las personas que usan las nuevas tecnologías. Por ejemplo, si ponemos en el Portal un catálogo que incluye información de todos los filmes que poseemos, hay más posibilidades de que los interesados descubran opciones cinematográficas que ahora mismo permanecen invisibles en el Paquete o la Mochila. Digamos que como proyecto no queremos imponerles a las personas lo que tienen que ver, sino mostrarles que además de lo que consumen de modo hegemónico existen otras opciones.
¿Cómo sortear el reto de resultar atractivo sin abandonar las aspiraciones de educar el gusto del público?
Yo siempre he defendido el pensamiento crítico por encima de lo que llamo “la dictadura de los críticos”. Lo de “educar al público” tiene sus peligros, porque hay ocasiones en que los críticos se convierten en voceros reaccionarios al defender lo que la tradición asegura que es lo máximo solo porque lo dice “la tradición”. Y se pierde de vista que el público no es una abstracción, o algo que tiene una esencia imperturbable.
Los públicos responden a su tiempo y a sus necesidades más íntimas, que siempre serán personales e intransferibles. Y la cultura está en permanente transformación, al igual que las tecnologías que la hacen posible. De modo que habría que construir nuevas maneras de asomarnos a esos universos que hoy nos parecen predios de bárbaros para entender cómo funciona este fenómeno, y sobre esa base proponernos la apropiación de lo valioso (que con seguridad también allí existe algo valioso) vinculándolo a todo lo grande que hemos heredado.
Mantener un espacio mensual para el debate sobre el audiovisual es una novedad para el público camagüeyano. ¿Cómo valora la asistencia de personas y la calidad de los debates en las cibertertulias?
Algunas han estado más concurridas que otras, aunque para mí lo importante no es el número de personas, sino la calidad de lo que se discuta y el impacto práctico que puedan tener esas discusiones en lo que se hace. Creo que en algunos asuntos sí hemos logrado avances. Y hemos ganado a algunos aliados estratégicos, como la empresa de informática Desoft, que ya están aportando muchísimo al proyecto. Pero en modo alguno estoy satisfecho con lo conseguido.
Tan novedosos como los espacios de las cibertertulias son los Encuentros sobre Cultura Audiovisual y Tecnologías Digitales. ¿Qué resultados concretos se han desprendido de esos eventos?
Aquí sí creo que los resultados positivos son más tangibles. El año pasado dedicamos el Encuentro al Universo Audiovisual del Niño, y a partir de lo que allí discutimos comenzamos a vincularnos de un modo más oficial a Educación, y ya se han realizado varios intercambios con profesores y alumnos. Es por el momento la semilla de lo que en algún instante germinará.
El Cine Club infantil “Meñique”, cuyo fin es enseñar a crear materiales audiovisuales con teléfonos y tablets, ¿ha dado frutos? ¿Qué metas tiene por delante?
La inauguración oficial del Cine Club infantil “Meñique” ocurrirá en el marco del III Encuentro sobre Cultura Audiovisual y Tecnologías Digitales. Nuestro interés está dirigido por igual a niños, adolescentes y padres. La idea es que los adultos acompañen a sus hijos en estas rutas de aprendizaje que estamos proponiendo. La brecha que se percibe entre los llamados “nativos digitales” y sus mayores no va a desaparecer del todo, pero en la misma medida en que se integren los intereses, hay más posibilidades de que se tome conciencia de los riesgos que trae el uso acrítico de la tecnología.
La ciberalfabetización funciona como un superobjetivo de El Callejón. ¿Cómo pretende lograrlo un proyecto de fomento de la cultura audiovisual en medio de un despliegue de oportunidades como el Nauta Hogar, que alcanza ya a tres consejos populares de la ciudad de Camagüey?
A mí me gusta recordar siempre que con la informatización estamos hablando de algo que atraviesa a lo largo y ancho a toda la sociedad. Aquí no hay insularidades, sino que todo estaría integrado dentro de un conjunto de prácticas que buscan beneficiar al ciudadano. O sea, la ciberalfabetización de la que hablo contemplaría aprovechar como una fortaleza la existencia del Nauta Hogar.
Lo que pasa es que ahora mismo Etecsa se comporta como la empresa que es. Es decir, su gran objetivo está dirigido a obtener ganancias a partir de los servicios que brinda, de manera que lo que propone nuestro proyecto sonaría algo raro allí. No así en otros países, donde entidades como la multinacional española de las telecomunicaciones, Telefónica, han financiado investigaciones y libros que hablan de Facebook u otras redes sociales como espacios ideales para fomentar los saberes.
¿Qué debería garantizar un proyecto que aspire a ciberalfabetizar a los cubanos?
Lo primero es garantizar el libre acceso a Internet. Tenemos que luchar para que lo que se llama “inclusión digital genuina” sea una realidad en Cuba. Hoy, lamentablemente, no tenemos esa inclusión digital. Ni siquiera después de que se multiplicaran esos puntos wifi a los que podemos acceder en el país, pues lo que allí opera está condicionado por lo económico: se conecta el que tiene dinero, y no todo el mundo tiene dinero como para hacerlo sistemáticamente.
Pero aquí viene el abogado del diablo: una vez que tenemos Internet, necesitamos una Política Pública que incentive desde edades tempranas el uso creativo de la tecnología. Debemos dejar a un lado el uso de Internet como fetiche, para proponernos la exaltación de la creatividad, y de ese modo pasar del consumo activo al consumo creativo.
¿Cuáles constituyen las principales dificultades de El Callejón de los Milagros?
Ya lo dije antes: vencer la resistencia analógica que llevamos dentro, y que de modo inconsciente sacamos a relucir a cada rato.
Finalmente, ¿qué aspectos de El Callejón de los Milagros podrían servir de modelo a un proyecto de ciberalfabetización a gran escala y cuáles deberían ser desdeñados?
El aspecto institucional es algo recomendable. Y sé que esto puede sonar polémico en una época donde varias personas se quejan de lo institucional, y lo asocian a lo históricamente superado. Para mí eso es un disparate: ningún país puede prescindir de su sistema institucional. Pero eso sí, las instituciones están obligadas a modernizar el modo en que ofrecen sus servicios. Con El Callejón de los Milagros estamos tratando de influir para modificar ese orden de cosas. En cuanto a lo de desdeñar, prefiero que sea el Tiempo, ese gran curador, el que diga la última palabra.