Norges, de 23 años, es negro, tiene la frente pronunciada, los dientes salidos, los brazos algo largos y flácidos. José Daniel, de 14, trigueño, un niño guapo, con smartphone y línea prepaga con saldo, observa a Norges jugar World of Warcraft (WoW) con las manos apoyadas en sus rodillas.
Es de noche ya, y afuera el Parque de Diversiones 26 de julio (PD26J) está vacío. Un coche ferroviario del Servicio Especial Santiago-Habana, montado sobre un corto tramo de línea férrea, es el único local con las luces encendidas. Dentro, media docena de jugadores se afana entre una nube de trompadas, interjecciones en inglés y chorros de rayos eléctricos.
Norges mata criaturas semejantes a jirafas con el mismo ensañamiento con que deshace una a una las opiniones de José Daniel. José Daniel sostiene con desdén que WoW es un juego innecesariamente infinito, con gráficos primitivos, mientras que Dota ofrece un objetivo exacto con mejores gráficos: dos equipos de 5 jugadores cada uno, buscando destruir el Ascient del contrario. José Daniel nunca alza la voz y ejerce un control sexy sobre la situación. Norges insulta, gesticula, lo acusa de “hablar sin saber”, porque no conoce WoW en profundidad, porque incluso Stalker –seudónimo de uno de los mejores jugadores de Dota de Santiago– afirma con cierta tristeza que WoW es un juego superior. Superior a Dota.
Norges estudia Economía en la Universidad de Oriente y es el jugador más longevo e instruido entre los que frecuentan el lugar: puede leer los textos del juego en inglés, se interesa por seguir los contenidos promocionales de Dota y WoW que circulan entre la comunidad de jugadores. Dice que cualquiera juega WoW y avanza, pero cualquiera no es bueno en Dota, porque es un juego repetitivo que se basa en pulir cada vez más las habilidades combativas y estratégicas. Y eso, precisamente eso, es lo que lo empobrece.
Norges termina de matar jirafas, su Dark Knight junta las manos, crea una bola luminosa y hace aparecer una alfombra sobre la cual vuela entre pinos, colinas verdes con cascadas y animales mansos o feroces. Se trata de una alfombra que confeccionó juntando tejidos de diferentes arañas que mató, mezclados con minerales específicos por los que combatió en túneles de mineros y vigilantes hostiles. Por elementos como este –sudarla para construir una alfombra que servirá de medio de transporte sobre lejanos parajes–, acota Norges, WoW es mejor que Dota.
José Daniel lo escucha con la sonrisa de la Mona Lisa. En Dota no hay paseos inútiles, no hay paisajes, ni ríos para nadar. No hay sapos, ni alces mansos que mueren de un solo flechazo, solo equipos luchando contra sus contrarios en un cuadrado con árboles y torres que no excede los 500 metros de un extremo al otro.
José Daniel deja de discutir con Norges, ha estado toda la tarde observando a los jugadores del vagón ferroviario. Él también venía a jugar antes, cuando no tenía computadora propia ni red de juego a la cual conectarse. Ahora parece aquel que regresa a su pueblo natal desde un país brutal, rápido y tecnológico, y siente que sus amigos de la infancia se quedaron habitando en la ingenuidad y la redundancia. Con esa indulgencia observa a Norges volar en su lerda alfombra mágica.
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Víctor y Raudelis, de 15 y 16 respectivamente, son al coche ferroviario del PD26J lo que la luna y el sol a los seres humanos. Todos los días abren y cierran el local y solo salen de él para hacer un número uno o un número dos entre la maleza. Parecen primos, y aunque no son familia algo los une en una solidaridad muda. Nunca se insultan ni se alzan la voz y de insultarse no pasan de llamarse “tiesos”, que en su argot significa andar sin armadura, ser jugadores inútiles y vulnerables.
Se las arreglan un día tras otro para pagar a 3 pesos la hora de navegación en el vagón ferroviario. Raudelis ha conseguido durante los últimos meses que en su casa le den 10 pesos diarios, pero eso se desmorona. Al padre le comienza a preocupar que su hijo derive en un vago enganchado a una tarea inútil. Raudelis es el tipo de buenazo que baja la cabeza para hablar y le cuesta mirar a los ojos a la gente. Teme dejar de ser anónimo, o que lo sermoneen, o que no lo dejen ser.
Víctor es más activo. Por lo que cuenta, buena parte del dinero con que juega se lo busca merodeando al turismo en el vecino Hotel San Juan o vendiendo cosas que le obsequian. Además de pedir dinero o especies en el mundo real, su fuerte es una “granja” virtual de personajes que va subiendo de level hasta acercarlos a 80, que es el más alto. Con un level 80 el jugador, vestido con una buena armadura, puede derribar de un mazazo o disparo a cualquier criatura débil que lo ataque. También puede combatir sin morir fácilmente en un Battle Ground (BG), o una Arena, o un duelo, zonas de combate preferidas entre los jugadores inquietos. O visitar escenarios en donde solo pueden entrar los 80.
Cualquier cosa traspasable del juego puede ser vendida por Víctor. Hace unos días cambiaba 500 monedas de oro de WoW por 5 pesos. En el mismo juego, dichas monedas de oro se pueden transferir por un correo postal de un jugador a otro si son de la misma facción: Horda o Alianza. Si conseguía convertir esas monedas virtuales en dinero real podría jugar una hora y media más. Y con esa hora y media podría completar un BG y subir de level a uno de sus personajes.
Con las 500 monedas de oro el comprador de bajo level podría adquirir cosas como armas, vestidos o una montura vistosa con la cual atravesar los kilómetros que a veces separan una misión de otra.
Los precios de un level 80 oscilan en dependencia de la solvencia real de la comunidad de jugadores que rodee al vendedor. Según Norges, en otras comunidades se pueden vender hasta en 20 CUC. Pero el caso de Víctor en la comunidad de niños y adolescentes “proletarios” que frecuenta el vagón es diferente. En la última semana, cedió un 80 en 10 pesos, equivalente a 0,40 centavos en CUC. No lucra, sobrevive. De él se dice que es un “afixiao”. Una especie de adicto que se abarata sistemáticamente.
Criar un level 80, alcanzarlo, demanda matar cientos de criaturas, una a una, y semanas de juego (en los Jóvenes Clubes de computación esto requiere pagos que superan los 5 CUC semanales). Comprarlos es un atajo.
La página web del servidor que evitaría ese trasiego de cuentas –asociándole una dirección de correo electrónico al usuario– es inestable, no funciona hace semanas.
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WoW pertenece a la especie de videojuego de rol multijugador masivo en línea (o MMORPG, siglas en inglés de Massively Multiplayer Online Role-Playing Game). Juegos que funcionan todo el tiempo, de lunes a lunes, las 24 horas, como un universo paralelo donde la lámpara no se apaga nunca.
Dota, siglas en inglés de Defense of the Ascients (Defensa de los ancestros), es algo más específico y lúdico. Se trata de un campo de batalla para multijugadores en línea (o MOBA, siglas en inglés de Multiplayer Online Battle Arena).
Si WoW es un mundo en expansión con territorios separados por mar como islas-continente, en el que individuos pueden enfrentarse a misiones o pruebas individuales o en equipo si así lo desean, Dota es apenas un pequeño campo de batalla con objetivos específicos y reglas rápidas y límites espaciales como los que puede tener un partido de fútbol entre dos equipos que compiten por invadirse unos a otros.
Por características como esas, que comparte con el resto de los deportes, el Dota puede encarnar certámenes regionales (incluso en Cuba) e internacionales con premios en metálico y becas para deportes en países que pueden permitírselo. Sus jugadores van dejando de a poco el estatus de desvergonzados inútiles, o de ciberadictos parásitos de la sociedad, y están siendo tomados en serio por padres, novias, novios y rectores de universidades que emiten becas para deportistas.
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—¡Fíjense todos!, atiendan pa’ cá –ordena sin éxito el especialista del Joven Club.
Es sábado y el coche está repleto de niños y adolescentes escandalosos que juegan partidas tensas y violentas y se insultan entre sí llamándose “tiesos” unos a otros. El instructor habla, sin ser escuchado, por encima de esta algarabía polvorienta.
—Cuando venga el belga el sábado ustedes tienen que hablar, fíjense: ha-blar. Hablen: Core i7, con 8 gigas de Ram. Repito: Core i7, con 8 gigas de Ram. Digan que tienen que upgradear las computadoras.
—¿Y entonces se va a poder jugar Dota, profe? –pregunta Erislandy, de 11 años.
—¡Claro que sí, apestoso! –grita Víctor.
Es un hecho que Erislandy entró ya en la pubertad y que no usa desodorante. Víctor lo llama apestoso por eso, pero esta no es la causa principal de su antipatía. Víctor le reprocha a Erislandy ser una especie de moscardón que pide transferencias de dinero, o indica qué hacer, o juega partidas de otros la mayoría del tiempo.
Los fines de semana la algarabía alcanza el pico, los especialistas son como niñeras de un jardín infantil ordenando parar el escándalo, desapartando si se van a las manos, expulsando si se ponen a hacer coro luego de que se les gasta el saldo para navegación. Aunque les pagan un salario mensual, en teoría por dar instrucción informática, una buena parte del año están allí atendiendo el pago de la navegación, jugando o conversando por Facebook, toreando a niños y adolescentes inflamables.
El PD26J posee dentro tres instalaciones administradas por los Jóvenes Clubes de Computación con máquinas donadas casi en su mayoría por el proyecto belga de cooperación VLIR-UOS. En las computadoras se puede disfrutar de productos cubanos como Comando Pintura, Gesta final o Beisbolito, pero los niños prefieren los que demanda la mayoría de los usuarios mundiales, Call of Duty, Transformer, Need for Speed, Dota o WoW, en versiones piratas que el bloqueo económico de Estados Unidos contra Cuba vetaría en caso de que pudieran adquirirse formalmente. Como Internet en la Isla es extremadamente costosa y está regulada por el Estado, el juego en red no sobrepasa el territorio nacional y la limitada navegación “.cu” (muy barata en comparación a Internet, pero costosa en comparación al salario medio oficial del país), ya sea en la red de los Jóvenes Clubes o en las redes de juego e intercambio de datos que se generan en algunas ciudades.
Estas instalaciones de videojuegos son la única inversión en entretenimiento que ha tenido el PD26J en 30 años, salvo un parque inflable que se acondicionó en la entrada de la institución en una revitalización reciente.
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“Yo quiero ser abogado”, dice Manuel, de 11, “porque quiero defender a las personas de mi país”.
Manuel tiene una voz trémula, como ciertas abuelitas, y sus ojos se demoran en lo que mira. De la banda de jugadores que frecuenta el vagón ferroviario, es el único que se detiene sistemáticamente a ayudar a otro jugador. Como casi ninguno domina el inglés, ni tiene el hábito de navegar en red (hay un blog llamado Wowmanía accesible, pero ignorado), la mayoría del aprendizaje de obtención de poderes, comercio, oficios y entrenamiento se realiza por la colaboración de otros jugadores.
Aun cuando una de las fortalezas de WoW como juego de roles en tiempo real es potenciar el trabajo en equipo, la solidaridad no abunda entre los jugadores del PD26J. Como norma, si algún chico se ofrece a ayudar (y Erislandy es el arquetipo) es porque ha gastado su tiempo de navegación y necesita hinchar una vez más su vanidad como guerrero. Si un jugador, desde su cuenta, se ofrece a ayudar con su personaje a cumplir una misión difícil, es probable que después de cumplida rete a duelo al que hace unos minutos era su compañero.
Manuel va todos los fines de semana al vagón ferroviario, pero a diferencia de Víctor y Raudelis es capaz de detener el juego a las 11:30 de la mañana, subir a su casa a almorzar y regresar una hora después a jugar, o a mostrarle a otros cómo se juega. Lo que más le gusta de este juego es poder comunicarse con amigos que conoció en el PD26J las vacaciones anteriores. Uno de ellos es del municipio Mella. Lo busca dentro del juego y conversan un rato.
No tiene muy buena opinión del resto de los jugadores, y la manera seca y realista en que habla de ellos se parece a la manera en que hablaría una monja habituada a perdonar las miserias de un pabellón de presos. Cree que todos quieren aprovecharse de la cuenta del otro, y que ninguno persigue ayudar de veras, pero aun así ayuda a todo el que puede. Parecía un niño envejecido, parecía en verdad una especie de aberración, hasta que participó riendo en el bullying que el resto de los jugadores emprendió contra Erislandy, al que Víctor seguía llamando “apestoso”, y al que todos le daban un pase de papazos como si explotaran bolitas de aire de nailon para embalaje.
En WoW hay una manera poco peligrosa de trasladarse de un lugar a otro: cogiendo por los caminos empedrados que conectan las ciudades y los caseríos que los forman. Aunque sucede, es menos probable que en esa vía una bestia ataque a un jugador. A diferencia de Víctor y Raudelis, que viven de bosque en bosque, y de BG en BG, Manuel parece haber encontrado un camino empedrado, claro y recto hacia un futuro estable en el que defenderá a los hombres y las mujeres de su patria.
Entre los que visitan el vagón, él no es el único que parece bien encaminado: el sueño de José Daniel es graduarse de informático. El de Ángel, de 16, es ser cocinero como su papá, que es chef del paladar La Gran Carreta, al lado del teatro Martí. Norges insiste en que él no es un vago, insiste en que va a la Universidad y que se graduará de Economía en su curso por encuentros.
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A la pregunta de por qué no se va a Ferreiro u otros centros tecnológicos a jugar Dota, Víctor responde que no sabe jugarlo. Raudelis dice algo parecido, dice que ya ha ido pero los muchachos allí están “escapaos”, que pierde, y queda mal, no vale la pena ir. El Dota, por demás, no es solo combatir, sino trabajar en equipo, cuajar en el grupo y tomar decisiones complejas en muy poco tiempo. Una sociabilidad que a ellos les cuesta asimilar.
En Los juegos y los hombres, Roger Caillois propone llamar “paideia” a la pulsión sin forma de divertirse. Se trata de las manifestaciones espontáneas y primitivas del instinto de juego, en las que un niño construye y luego destruye algo, en las que se causa dolor a voluntad, en las que pide atención de todos, y se siente causa. Asimismo, propuso llamar “ludus” al posterior instinto de ordenar e institucionalizar esa paideia en juegos y objetivos concretos.
Además del valor de explorar regiones nuevas, o cazar animales, monstruos, magos y bandidos en escenarios exóticos, el WoW tiene otros espacios donde el ludus se emplaza en mayor o menor medida: la Arena, espacio cerrado donde pueden enfrentarse dos bandos; el duelo, que sucede en cualquier sitio que prefieran los jugadores; el BG y las Instancias. Pero el WoW, en toda su expresión, fue diseñado como una gran paideia, un gran repositorio de varias formas de jugar o simplemente vagar a través de desiertos o bosques húmedos, fértiles de enemigos y aventuras, ausentes en el objetivo claro de Dota. Dota es puro ludus; WoW, paideia.
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El PD26J es un jardín del edén. Sus coordenadas tecnológicas son propicias a WoW porque sus computadoras no son lo suficientemente poderosas para la potencia que necesita el Dota. Son el margen, un margen benévolo para jugadores tibios. Los jugadores duros no se asoman por allí porque van por Dota. En Dota alcanzan su mayoría de edad, como guerreros y estrategas que necesitan la guerra hardcore para forjarse.
En la ciudad hay dos grandes redes de videojuegos, la de los Jóvenes Clubes de computación y otra que comunica jugadores de barrios como Martí, Santa Bárbara y Pastorita. Según José Daniel, su barrio, Rajayoga, estuvo conectado a esta red de servidores privados hasta que se robaron el dispositivo de enlace wifi (nano) de Pastorita. En aquel momento tenía un software que le permitía contabilizar hasta 200 máquinas en red.
WoW es hacer jardinería, pintar paisajes o empinar papalotes. Y el PD26J, en todo caso, es uno de los escenarios más pacíficos de toda la ciudad. Los fines de semana se repleta, pero los días entre semana solo navegan en él los adolescentes habituales que han decidido dejar de ir a la escuela.
Ni Víctor ni Raudelis conocen las sinopsis de WoW. No lo viven como si leyeran un libro de leyendas, conociendo las causas de las cosas. En realidad, son como soldados que van a la guerra sin saber las cuestiones políticas que la desencadenaron.
El primer sueño de Raudelis es tener una computadora, el segundo sueño es tener un smartphone, el tercero es tener un jugador completo, cerrado, invencible, en WoW. No ha pensado aún en una profesión. Si le preguntas se encoge de hombros.
El sueño de Víctor no lo conoceremos porque a mitad de la entrevista alguien se asomó en la puerta corredera del vagón ferroviario, él se paró nervioso de su silla frente a la computadora y se fue dejando su cuenta abierta. Según sus compañeros, se metió en otro lío.