Te quiero, mi sangre

Una familia está reunida alrededor de un tablet en el Centro de Negocios de Miramar. Un matrimonio de la tercera edad, otro más joven y unos niños gemelos se turnan para ponerse frente a la webcam. Todos hablan deprisa, como si temieran que en cualquier momento se pueda cortar la llamada.

—Mi hermano, vine hoy porque dentro de una semana me hago santo y sabes que después no puedo salir. Los dos pares de tenis que me mandaste me sirvieron pero los calzoncillos no, porque tienen cosas de colores. Recuerda que todo tiene que ser nuevo y blanco.

—Eso lo compró mi mujer –responde un hombre al otro lado de la línea– y por mucho que le expliqué no hay manera de que entienda. Hay cosas que me cuestan trabajo todavía por el idioma. Pero no te preocupes, que yo mismo voy a salir a comprar lo que te falta. Conseguí hasta un sombrero. ¿Quién te coge a ti usando un sombrero?

—Oye, gracias también por el dinero. Lo íbamos a usar para la ceremonia pero mi mujer dijo que yo no la podía tener de esclava un año entero quitando el churre de la ropa blanca y al final completamos y compramos la lavadora. ¡Ahorra para que puedas venir en las vacaciones a ver al padrino, que tú sabes que todo este trabajo [ceremonia de coronación] lo estamos haciendo por salud! Te voy a poner a los viejos. Te quiero, mi sangre.

—¡Aché pa’ ti! –se oye en el tablet.

—¡Aché! –responden todos.

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Una de cada tres personas en Cuba tiene un familiar en el exterior, según datos ofrecidos por Antonio Aja, director del Centro de Estudios Demográficos (CEDEM) de la Universidad de La Habana. En un artículo publicado en la revista Temas en 2017 y firmado por el propio Aja, se podía leer: “al finalizar el primer trimestre del año 2016, los estimados de cubanos residentes en el exterior por regiones –según los registros oficiales– rebasan las 2 400 000 personas”. Juan Carlos Albizu-Campos Espiñeira, doctor en Ciencias Económicas y en Demografía del CEDEM, prevé que para 2030 la pérdida neta de la población será de más de 40 000 personas anuales.

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Son más de las 3:00 p.m. y Joaquín lleva casi media hora sonriendo, sentado al sol en un pedazo de malecón que pertenece a Centro Habana. Tiene 27 años y desde hace seis meses se conecta a la wifi para hablar con su novia, que vive en Estados Unidos. Ambos estudiaron juntos, pero habían perdido el contacto. Un día, él la vio en una foto que un amigo en común compartió en Facebook y comenzaron a escribirse. Un tiempo después ella vino de visita a Cuba y en ese momento empezó el noviazgo.

—Es difícil mantener una relación a distancia –dice Joaquín–. Cuando puedo le escribo un poquito por Messenger durante el día, porque sé que está trabajando y no puede hablar mucho conmigo, pero a ella siempre se le olvida que yo estoy en una wifi pública y me manda cada fotos… Incluso a mí a veces se me olvida, y uno tiene ganas de decir cosas, de ser cariñoso, y termina diciéndolas. Por eso siempre trato de conectarme bien tarde en la noche y hasta de madrugada, para no tener tanta gente alrededor y podernos hacer videollamadas.

A esos momentos nocturnos en los que ambos coinciden en Internet él les llama citas. La calidad de esos encuentros ha dependido a menudo de la intensidad de la wifi. Si no es buena se distorsiona la imagen en el videochat, se escuchan mal, se desesperan y, de vez en cuando, acaban discutiendo.

—Su cumpleaños fue el 25 de diciembre. Si tú me ves ese día cantándole felicidades con el parque repleto de personas… Una locura, pero ella estaba tan emocionada que a mí no me importó nada más.

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En junio de 2013, el Ministerio de Comunicaciones emitió la Resolución No. 197/2013, con la cual se aprobaba la comercialización del servicio de acceso a Internet para personas naturales. Sin embargo, no fue hasta junio de 2015 que la Empresa de Telecomunicaciones de Cuba, S.A. (Etecsa) anunció la creación de unos 35 espacios públicos de conexión inalámbrica (wifi) en todo el territorio nacional. La empresa, asimismo, informó que se rebajaba la tarifa para una hora de conexión (de 4,50 CUC a 2 CUC). Las medidas impactaron en las familias cubanas, especialmente en aquellas con familiares en el exterior, a la espera de que Internet les hiciera más fácil la comunicación.

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En la calle Línea, frente al Hospital Materno América Arias, hay un parque wifi en el que es muy difícil hacer estancia. Tiene pocos bancos y escasos árboles y está justo detrás de una parada de autobuses. Como consecuencia, casi todos los usuarios terminan recostados a la cerca del hospital. Decenas de mujeres entran y salen con rostros felices o preocupados. Algunas ríen mientras hablan por teléfono y otras, en cambio, lloran desconsoladamente. Hay asimismo semblantes inexpresivos, como los de dos mujeres que están detenidas en medio del parque.

—¿Qué quieres hacer? –pregunta una a la otra.

—No lo sé. Creo que me voy a conectar ahora al WhatsApp para decirle que estoy embarazada.

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En 2017, el Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) desarrolló el estudio “Familias en situaciones de vulnerabilidad social”. Según Milagros Samón, investigadora titular del CIPS, una de las figuras más reiteradas en el escenario doméstico cubano es la familia en situación de transnacionalidad.

—Nos tropezamos mucho con familias ensambladas, en las que se desdibuja el concepto de núcleo tradicional y uno de los miembros de la familia ha emigrado ya no por cuestiones políticas sino por razones de bienestar social. Casi siempre, ese miembro que aporta dinero a la economía doméstica u otros bienes sigue siendo cabeza de familia aunque esté en el exterior y toma decisiones con respecto al presente y al futuro de la familia. Las zonas wifi acortan la distancia, y esos procesos se hacen más naturales. A eso nos referimos cuando hablamos de transnacionalidad.

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Ilustración: MONK

Ilustración: MONK

En el parque wifi del Mónaco, en el municipio Diez de Octubre, una madre se esfuerza por colocarle unos audífonos a su hija sin embarrarse la blusa con el barquillo de helado que la niña, en uniforme de primaria, sostiene fuertemente. La hija quiere sentarse en el único asiento que queda disponible, la raíz de un árbol, y se enreda con el cable y la pañoleta azul mientras saluda con cadencia argentina a un hombre en la laptop.

Parece que tiene los audífonos mal colocados, porque grita las respuestas y cuando se supone que debe guardar silencio para escuchar a la persona en la pantalla, interrumpe diciendo:

—Repetí esa parte desde el principio.

La madre se da cuenta, le dice algo con acento cubano, le arregla los audífonos y entonces se puede oír a la niña respondiendo y otras veces preguntando.

—Sí, este helado es muy raro pero está delicioso. No sé cuál es el sabor.

—No, mi mamá ya no me compra cereales de fruta y aquí la leche no viene en pomos de cristal como allá.

—En el colegio siempre nos dan arroz y frijoles.

—¿Por qué tuviste que quedarte con Marcos y no conmigo? Él es el grande y yo soy la pequeña.

—Mi mamá me ha dicho que no te eche más la bronca.

—No, ya me traje todos mis peluches. Tráeme una torta grande de chocolate, nata y fresas.

—Repetí.

—¡Ah, yo también lo extraño a vos muchísimo!

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En la tesis de licenciatura “Buscando señal” (2016), de la Universidad de La Habana, la periodista Silvia Oramas Pérez analizó los usos sociales de la red WIFI_ETECSA que realizan algunos usuarios del municipio La Lisa. En su opinión, “las zonas wifi se consolidan como espacios para el entretenimiento, la creación y mantenimiento de redes de relaciones dentro y fuera del espacio virtual, la socialización de habilidades tecnológicas y comunicativas, así como para el acceso a la información y al conocimiento”.

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Dos estudiantes de Secundaria Básica caminan alejándose del parque wifi del Hotel Colina. Uno le pregunta al otro:

—¿Qué te dijo tu mamá?

—Me castigó. No puedo ir a la fiesta el sábado.

—¿Pero cómo tu mamá, que está afuera, te va a castigar?

—Mijo, porque ella desde allá controla todo.

—¿Y fuiste tú quien le dijo que desaprobaste?

—Ni falta que hizo, si ella hace que mi hermana le mande las notas de todas mis pruebas.

—Pero, ¿cómo van a saber en tu casa que te castigaron?

—Por la noche viene mi tía, se conecta, entonces mi mamá le dice y si se enteran de que yo me quedé callado capaz de que me quiten la X-Box. Me tienen amenazado con el teléfono y los juegos.

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En la tesis de licenciatura “Maternidad Transnacional. La reconfiguración de la parentalidad en familias cubanas fragmentadas”, la socióloga Déborah Betancourt ahonda en un fenómeno complejo que se está gestando en torno a la familia en Cuba: los efectos de la emigración de la figura materna. Según lo define Betancourt, esta situación plantea “una nueva forma de entender los roles maternos desde las migraciones, conocida como maternidad transnacional, la cual permite llevar a cabo el cuidado y educación de los hijos, en base a circuitos de comunicación, afecto y soporte financiero que transcienden las fronteras nacionales”.

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Un señor de unos cincuenta años escucha de mala gana las instrucciones para usar IMO que le dan sus dos hijos en el parque del Mónaco.

No te pongas a contraluz.

Levanta el brazo.

Pégate el micrófono a la boca.

No hables tan rápido.

Pon la cámara apuntando a tu cara.

Parece irritado porque ha traído un teléfono pequeño y tiene que acercar el rostro al móvil. Sus padres, según puede intuirse por la conversación, emigraron recientemente a Canadá, donde vive otra hija.

—¿Están pasando frío? No vayan a salir a caminar en la nieve aunque se vea muy bonita. Tengo miedo de que alguno de los dos resbale. Cuidado también con la comida nueva. Pregunten primero qué alimentos suben la presión. Y hablen con los vecinos. Aunque sea machacando el inglés pídanles prestada una latica de azúcar si hace falta. Díganle a mi hermana que averigüe, seguro debe haber algún Círculo de Abuelos en Montreal. A lo mejor tiene otro nombre, pero he visto que en las películas salen jugando Bingo.

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En el año 2015, más de 150 000 personas accedían a Internet en la Isla como promedio diario. Según datos ofrecidos por la revista Cubahora, durante 2016 esta cifra aumentó a 250 000 y para 2017 se contabilizaban en más de 410 000 las conexiones diarias. Directivos de Etecsa declararon que en el pasado año un total de 4 500 000 líneas móviles habían sido activadas en el país.

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Después de las 11:00 p.m., en el parque wifi Kcho-Romerillo no hay muchas escenas del tipo: “Y ahora, ¿ya me ves?”. Para poder hacer videochat con la aplicación IMO se necesita buena iluminación y en este sitio no la hay. Solo queda un grupo de estudiantes del Instituto Superior de Arte que comparten una laptop y miran un concierto de jazz en YouTube. Un poco más lejos, otro miembro del mismo grupo realiza una llamada de voz. De vez en cuando, los primeros bromean a distancia con el segundo.

—Los que están gritando son la gente de la beca. Te mandan saludos –explica el muchacho al teléfono–. No quiero hablar sobre el correo que me enviaste. Vine a conectarme porque tenía ganas de hablar contigo pero no podemos discutir todos los días el mismo tema. Si no te hubieses quedado en esa gira ya nos hubiésemos casado y ahora todo sería más fácil. Te dije que esperaras el viaje a Canadá pero tú te desesperaste.

Los silencios son largos y los amigos del joven aprovechan para hacerle señas y pedirle que se calme.

—Mi amor, yo no puedo dejar todo ahora e irme para allá. Para la graduación todavía falta un poco. Ten paciencia –dice el muchacho, ahora en un tono conciliador–. ¿Tienes sueño? Siempre se me olvida que allá es de madrugada. ¿Escuchaste ya la canción que te envié? Yo mismo escribí la letra… Bueno, te voy a cantar un pedacito nada más.

El grupo de amigos, al ver la improvisada serenata, comienza a reírse.

—No puedo cantar más alto. Todos me están mirando.

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Varios especialistas del área de la sociología y la psicología en la Isla destacan que los cubanos tienen un concepto amplio de familia y de las personas que la componen, expresado a través de la consanguinidad, la convivencia y la afectividad. Por tanto, es común ver que los amigos, las parejas, los compañeros de trabajo y de creencias religiosas también engrosen el universo familiar en Cuba. Si uno de los miembros emigra pero mantiene una comunicación constante con los que se quedan y estimula el desarrollo de estrategias familiares a distancia, se puede hablar del hogar “glocal”, término usado por investigadores del CIPS para referirse a familias que están en situación de transnacionalidad.

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Una señora de unos cuarenta años está conectada a la wifi del Malecón desde el balcón de su casa. La calidad de la señal no es muy buena. Lleva un rato intentando entrar a la casa sin que se le “congele la imagen”, porque quiere mostrarles algo a los miembros de su familia. Alguien le pide que haga un video, que no se apure, pero ella dice que no sabe cómo enviarlo. Después de varias pruebas, la conexión mejora y se le oye exclamar desde la sala:

—¡Aquí están! ¡Estos son los muebles que compré Ya tengo el cemento. En estos días voy a empezar a hacer el baño para poder alquilar. Ustedes son lo máximo.

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Consuelo Martín Fernández, doctora en Ciencias Psicológicas, considera que las familias transnacionales deben reconstruir deliberadamente sus nociones de familia, sus vínculos emocionales y económicos, debido a la distancia y a los encuentros físicos esporádicos. En su opinión, este tipo de familia “forja lazos afectivos de manera permanente a través de múltiples vías de contacto simbólico y real (remesas, regalos, cartas, llamadas telefónicas, videos, correo electrónico, visitas, celebración de sus tradiciones y costumbres)”.

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Debajo de la única farola que funciona en el parque está Rosa. Llovizna, pero en la glorieta hay muchas personas y hablan unos encima de otros. Tiene 56 años, cuatro nietos, una hija en Miami que viaja a Cuba con frecuencia y un hijo en Texas al que no abraza desde 2012. Tras la inauguración de la wifi en Jaimanitas, se conecta casi todas las noches unos 30 minutos para hablar con ellos.

—Llamar a mi familia es lo que me mantiene saludable –dice Rosa–. Para mí, tenerlos a todos lejos es muy difícil. Cuando en Cuba no había wifi yo solo podía hablar con ellos en los cumpleaños o en fines de años. Me perdí tantas cosas. Hasta que la hora de conexión no bajó de 4,50 CUC a 2 CUC yo no podía siquiera soñar con comunicarme. A mi hijo lo veía en fotos o en videos que mi hija me traía cuando venía de viaje.

Rosa recuerda que la primera vez que ella logró hacer una videollamada a través de la aplicación de IMO y ver a su hijo en tiempo real estuvieron como tres horas hablando sin parar hasta que el teléfono se le quedó sin batería.

—Yo le decía: “Déjame verte. Enséñame tu casa, el cuarto de los niños, la cocina, el baño, la comida que tienes en el refrigerador”. Quería absorberlo todo como si yo estuviera ahí con él. Me reía cantidad para no llorar. Estaba feliz pero solo podía pensar en el tiempo que faltaba para que él pudiera entrar de nuevo a Cuba, porque se fue ilegalmente. Cuando aquello yo iba en bicicleta desde Jaimanitas hasta La Lisa para conectarme y todo el viaje de vuelta lo hice llorando.

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En enero de 2016 se reportaban unos 65 puntos wifi en el país. En 2017, la cifra ascendió a 328 y se redujo el precio de la hora de navegación en Internet (de 2 CUC a 1 CUC). En lo que va de 2018, ya suman 635 los espacios públicos de conexión inalámbrica y se espera que en este año se comercialice el servicio de Internet para móviles, según afirmó a la prensa Mayra Arevich, presidenta de Etecsa.

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Son las 7:00 p.m. en la zona wifi de Flores, en Playa. Una mujer está hablando por teléfono. Las palabras rifle, muertos, escuela y allá se repiten una y otra vez. Tres veces le da la vuelta al parque, desesperada. Llora, pide que le expliquen, que le vuelvan a explicar:

—¿Dónde estabas tú? ¿Conoces a algunos de los muchachos que murieron? ¿Y qué están diciendo los medios? No, no he visto lo que dijo el imbécil ese de Trump, acabo de enterarme. ¿Cómo es que alguien de tu edad consigue un rifle de ese tipo? ¿Es como una ametralladora? ¿En tu escuela hay detectores de armas? Por favor, dime que no vas a ir a la escuela esta semana. Te voy a llamar todos los días. Ponme a tu papá, por favor.

Este fragmento de diálogo no es lineal. Hubo gritos y un poco de llanto en medio de varias frases, muchos regaños y sobre todo impotencia. Cuando colgó le temblaban las manos.

Su hijo tiene 17 años y vive en el condado de Broward, en la Florida, el sitio donde este 14 de febrero hubo una masacre que dejó 17 muertos. Blanche Ely High School suena diferente a Marjory Stoneman Douglas High School, escuela donde ocurrió la matanza, pero a ella esos nombres le parecieron iguales cuando escuchó la noticia en el canal Telesur.

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